La salud mental en tiempos de pandemia

​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​​La propagación del COVID-19 repercute en nuestros vínculos y afecta nuestra salud física y mental. Charlamos con nuestra coordinadora de Salud Mental sobre las marcas que dejará y aprendizajes que habrá que elaborar.

Salud Mental
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Mariana Trocca es licenciada en psicología y psicoanalista. Además, es la Coordinadora de Salud Mental de Medifé. Trocca es la responsable, desde hace más de 20 años, de la red nacional, un entramado de profesionales de distintas disciplinas que realizan su actividad en conjunto. Se trata de un equipo que trabaja desde geografías muy lejanas del país y se mantienen en contacto de forma remota, incluso antes de la pandemia. A partir del comienzo de la cuarentena, los dispositivos para sostener el vínculo a distancia con los pacientes se pusieron en marcha con mucha agilidad. En menos de una semana cada asociado que se encontraba en tratamiento lo pudo continuar. También se resolvieron nuevas consultas para solicitar turnos con los profesionales. Hoy, Medifé puede ofrecer consultas de forma virtual desde cualquier lugar del país. 

 

¿Cómo era el panorama de la salud mental de los argentinos y las argentinas antes de la pandemia?

Desde hace varios años, en Argentina transitamos situaciones que tienen que ver con la economía, los índices de pobreza y demás indicadores que son alarmantes y preocupantes. Todo esto, en combinación con las fallas del sistema de salud. Como coordinadora de salud mental de la red nacional de Medifé, trabajo hace tiempo en una serie de problemáticas que se han agudizado: las cuestiones psicológicas y psiquiátricas como consecuencias, en muchos casos, de lo social y económico. Para responder a tu pregunta, no es una percepción o, en todo caso, es una percepción que se corrobora perfectamente con la realidad. En concreto, al comienzo de la cuarentena, en el mes de abril, a nivel nacional, entre 40 y 50% de pacientes que ya estaban en tratamiento psicológico y psiquiátrico sostuvieron la continuidad. A partir de mayo, los índices empezaron a subir de forma consistente y paulatina. En junio ya estábamos en niveles parecidos a junio de años anteriores. La demanda empezó a crecer lentamente en pacientes que estaban en tratamiento y sujetos nuevos. La mayoría son adultos, pero también niños, niñas y adolescentes que, por supuesto, son acompañados por sus padres. Los niños y niñas en edad escolar primaria encerrados en sus hogares con mamá, papás y otros hermanitos durante varios meses y sin ir a la escuela, empezaron a hacer síntomas de todo tipo. Los más chiquitos tienen trastornos de comportamiento y los padres pierden la posibilidad de poner límites. Entre junio y julio aparecieron más temas con adolescentes y jóvenes. Ellos se adaptaron con mucha velocidad en el inicio del aislamiento porque están más vinculados a lo digital y lo remoto. Lo que sucedió después fueron las consecuencias de esa pronta adaptación porque no es natural que personas de esa edad estén tanto tiempo bajo la mirada de los padres. También surgieron nuevos roles y nuevas distribuciones de tareas en la casa. Todo novedoso o problemático para ellos. Ni que decirlo si profundizamos un poco más y pensamos en adolescentes que ya presentaban problemáticas de consumos, adicciones, transgresiones y demás.

 

En términos generales, ¿significa que quien venía bien pudo sobrellevar mejor el confinamiento y quien no debió solicitar ayuda?

Hubo situaciones problemáticas que venían desde hacía tiempo y comenzaron a detectarse ahora. Pero no fue ni la pandemia ni la cuarentena la explicación del origen de estas nuevas consultas. Muchos que venían bien, el encierro y la endogamia los complicó mucho. También personas que viven solas encontraron dificultad para continuar sin el contacto con otros. Existen casos de quienes, por el contrario, sintieron alivio y la pasan mejor en soledad. Cada caso tiene que ver con su historia. Por eso, los psicoanalistas pensamos en la singularidad de cada historia. Lo que está ocurriendo en este momento viene en consonancia con lo que ya sucedía antes del inicio de la pandemia. 

 

Existe un nuevo término llamado “burnouts” que, en inglés, significa agotamientos. Los expertos del mundo lo utilizan para llamar así al estrés que sufren trabajadores sobre exigidos. ¿Qué nos podés contar sobre esto en relación a la situación actual de la población activa de Argentina?

Respecto al agotamiento, y también a la angustia, no son síntomas de enfermedad sino parte de los recursos subjetivos que cada persona tiene para enfrentar las situaciones de la vida. Concretamente la angustia es esperable que aparezca en situaciones extremas y no es una patología. El agotamiento, en particular, no lo atribuiría a la pandemia sino a un malestar subjetivo que tiene que ver con la angustia, que es natural. En relación al agotamiento, tiene que ver, aquí también, con lo que ya estaba en situación antes del COVID. Me pongo yo misma como ejemplo: el primer mes de cuarentena estaba en continuidad, no podía interrumpir. Una especie de automatismo con el que había que responder. La novedad del trabajo remoto, de las conexiones y todos quedamos un poco “quemados”. Después cada uno debió poner el freno. A mí eso me pasó a fines de abril, me di cuenta de que la vida había cambiado por completo.

 

El tiempo pasaba y el decorado era siempre igual...

Sí, era lo mismo día de semana o fin de semana. El teléfono sonaba en horarios insólitos. Esto nos pasó a muchos, en mi profesión y en todas. Pero lo que cada uno hace con eso no es inherente al confinamiento sino a lo que puede hacer desde sí. Son respuestas que no tienen que ver con la cuarentena sino con las historias personales. 

 

Se realizaron varios relevamientos para organismos gubernamentales durante la cuarentena. En relación a la distribución de roles en el hogar, una encuesta en hogares con niños y niñas menores de 12 años, arrojó como resultado que las mujeres realizan 13 horas diarias de tareas domésticas y de cuidado en general, mientras que los varones declararon 9. Además, los hombres, en promedio, tienen dos horas por día a su favor de trabajo remunerado. ¿Cuál es tu mirada experta sobre esto?

Exactamente, así como se plantea. Lo que sucede es que con todos conviviendo en casa 24 horas por día, 7 días por semana, esto se visibiliza mucho más. No creo que los números del año pasado sean muy diferentes a estos. Hace tiempo vengo pensando que esta situación de pandemia y cuarentena es una gran oportunidad para que estos temas se empiecen a conversar dentro del hogar. Ahora, en aislamiento, seguimos trabajando, madres y padres, pero las tareas domésticas y de cuidado de los hijos se pueden repartir en proporciones diferentes. Si hablamos de esto en la entrevista, y si hay estudios al respecto, es porque a la sociedad le importa desde antes del coronavirus. Ya veníamos tratando los temas de violencia de género, de desigualdades de salarios y derechos en general. Esta situación nos pone en condición de hablar de otra manera.

 

Durante la cuarentena la psicología y la salud mental fueron consideradas actividades no esenciales… 

Esto es un disparate, la prueba es todo lo que estuvimos charlando. 

 

Claro, no resiste análisis...

No.

 

Entendemos que la cuarentena finalizará y no durará para siempre. ¿Qué esperamos para la salud mental en la “nueva normalidad”?

No hay dudas: la salud mental debe ser considerada una actividad esencial en el tiempo que estamos transitando. Pensemos en este virus, con lo que se sabe y no se sabe respecto a contagios, las consecuencias que producen en la vida de las personas, las dificultades para los duelos de los seres queridos, cuestiones que influyen en el estado de ánimo como la estigmatización, el recrudecimiento de las segregaciones, las dinámicas de las parejas y familias donde unos se contagian y otros no y mucho más. Entonces no caben dudas de que estamos atravesando un momento en el cual el trabajo de los psicólogos es absolutamente esencial. Más del 90% de las personas contagiadas transitan esto de modo leve. Sin embargo, la levedad de los síntomas del cuerpo no niega las otras consecuencias como aislamiento, encierro, la soledad durante muchos días sin contacto con otros, el miedo y pánico de contagiar a seres queridos que son pacientes de riesgo, convivientes con comorbilidades previas que la pueden pasar mal y el extremo cuidado hacia los adultos mayores. En esta instancia de la cuarentena empezamos a escuchar relatos más dramáticos con familias en situación de contagio. Pero, reitero, la salud mental ya era una actividad esencial desde antes. La economía, los índices de desocupación, la inequidad, la desigual distribución de la riqueza, los porcentajes de pobreza y otros factores en Argentina instalaron nuestro campo de la salud como fundamental. 

 

¿Cómo prevén vos y tus colegas la práctica psicoanalítica en el futuro?

Creo que psicólogos y psicoanalistas en general descubrimos la posibilidad de atender a todos nuestros pacientes de manera remota. Muchos ya teníamos tratamiento por teléfono o Skype. Yo tengo muchos pacientes que se fueron a vivir a otros lugares del mundo y continuaron de manera remota. Ahora a todos los atiendo por esa vía. Hay una eficacia que se produce en esa forma y algo de eso que vino para quedarse, pero no de manera masiva como ahora. A muchos pacientes, por distintas razones, les va a llevar mucho tiempo volver a nuestros consultorios. No creo que todos volvamos rápidamente a la forma presencial. Igualmente, yo extraño mucho mi consultorio, hay situaciones que suceden con los pacientes allí que no suceden por teléfono. Gestualidades, olvidos, cuestiones del encuentro de los cuerpos y demás que, en materia de psicoanálisis, no es igual frente a una pantalla. El mundo circundante ya cambió y volveremos lentamente a algunas prácticas habituales. De todos modos, esto tiene consecuencias, dejará marcas, algunas serán aprendizajes y otras serán traumas que habrá que elaborar. Muchos perdieron proyectos, empleos, comercios. Algunos podrán reinventarse y otros no. Es un duelo y tenemos mucho trabajo por hacer.